Hoy me ha venido al pensamiento escribir algo sobre los que se arriesgan (los héroes) y los que no (los cobardes), y aunque se dice que de los primeros están llenos los cementerios, yo no me lo creo; lo cierto es que en las fosas, comunes o de alto abolengo, hay más cobardes que héroes, ya que ambos estereotipos han existido desde los albores de la humanidad, y los segundos siempre han sido mayoría con diferencia, y puesto que a todos nos llega un día Átropos, la tercera parca, la que corta el hilo de la vida del hombre, son los cobardes los más populares en el camposanto. Y como por desgracia lo son en vida, los podemos ver en la política, en las magistraturas, en las entidades financieras, en los cuerpos de seguridad y los ejércitos, en las aulas y en todas partes.
Que nadie se llame a engaño, ni se rasgue las vestiduras como ladino fariseo, pero si los héroes ganasen por goleada a los cobardes otro gallo nos cantaría; pero el noble oficio de héroe está muy mal pagado y peor reconocido, y a menudo se le tacha de oportunistas, falsarios, y otras menudencias a menudo propagadas por los cobardes más rastreros cuando no por estúpidos mindunguis (este último calificativo no existe en la lengua de Cervantes, pero si en el argot talegario y bajobarriero y significa: don nadie, hombre sin valía, poco conocido, de escaso poder e influencia).
Los héroes de verdad aman la vida pero no temen a la muerte, odian la mentira y buscan la verdad, añoran el tiempo pasado mientras alzan su vista hacia el futuro, creen en la amistad y se alejan de los traidores. Y un día cuando más se les necesita, acuden raudos dispuestos a exponerse a los pies de los caballos; con sus acciones nunca esperan recompensa, solo que sean oportunas y eviten males mayores.
Mamá, yo de mayor quiero ser héroe.
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