martes, 22 de enero de 2019

Las últimas balas. Intrascendencia.



Para el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española "intrascendencia" es la cualidad de intrascendente; "intrascendente" es lo que no es trascendente; "trascendente" lo que trasciende, y su verbo "trascender" tiene diversas acepciones y que para lo que me interesa me valen las siguientes:
2. intr. Dicho de algo que estaba oculto: Empezar a ser conocido o sabido.
3. intr. Dicho de los efectos de algunas cosas: Extenderse o comunicarse a otras, produciendo consecuencias.
4. intr. Estar o ir más allá de algo.
6. intr. Fil. En el sistema kantiano, traspasar los límites de la experiencia posible.
7. tr. p. us. Penetrar, comprender, averiguar algo que está oculto.
Sea como sea la conclusión que pueda cada cual sacar de esta entradilla, de lo que voy a escribir es de algo que a pesar de ser de suma trascendencia nuestra especie ha decidido dotarlo de total y absoluta intrascendencia (y se escribe con "n" o sin ella entre la "a" y la "s"), me refiero a la biodiversidad en su más amplio espectro, osease tanto la biodiversidad de las especies animales y vegetales, también en su más amplio espectro, osease (licencia del escritor y valga la redundancia) tanto de los seres y especímenes más grandes como ballenas o baobabs a los más diminutos como ácaros y hongos microscópicos; y en cuanto a las especies animales tampoco hago distinción entre la observación de animales salvajes, domésticos o humanos. Y valga el apelativo de humano para nuestra especie, apelativo que en muchas de sus acepciones esta sobre valorado, a fin de distinguirnos de el resto de los seres sintientes que son cazados, masacrados, esclavizados, torturados y extinguidos por obra y desgracia del uso y abuso de la intrascendencia que le damos a nuestros actos.

Ya he escrito en infinidad de ocasiones sobre la absurda y aberrante estrategia humana de acabar con toda clase de vida sobre la faz de La Tierra; he enumerado y contado los porqués no deberíamos seguir por esta senda, recordando, p.e., que nuestro planeta es un único laboratorio intergaláctico, donde a través de mil millones de años, más o menos, se ha estado desarrollando una variedad ingente de formas de vida gracias a una combinación única en todo el Universo. Y aunque no se pueda descartar, dada la enormidad de la complejísima estructura universal en la que nos hayamos, la existencia de otros planetas donde exista vida, lo más probable es que tal existencia sea cuando menos diferente a la que aquí se ha desarrollado, ya que existirán entre los planetas con vida infinidad de variables que los hagan únicos a cada cual de los demás, variables como la cercanía a su sol, la mezcla de gases respirables, la existencia de líquido del que alimentarse o respirar, la presión atmosférica y vete tú a saber cuáles otras cuestiones que incidan sobre el desarrollo de los seres vivos de tal sitio.

En cualquier caso yo me quedo anonadado día a día cuando puedo observar y observo la candidez con la que la multitud de los orates con los que convivimos hacen de la intrascendencia su lema vital. Cualquier persona con un coeficiente mínimo de inteligencia, pero con suficiente empatía y sobrada sensibilidad puede constatar tal afirmación; basta con mirar al suelo y verlo lleno de colillas que contaminan las aguas, causan muertes en los animales que las engullen y previamente han estado destruyendo nuestros delicados alveólos y los de los que nos rodean; observar como se permite por los gobiernos y de lo que todos hacemos uso, de vehículos movidos por derivados del petróleo y del carbón que destruyen el planeta y la vida en él sostenida mediante la contaminación atroz y continuada al quemar las máquinas que nos transportan el sucio combustible o a causa de los mil y un vertidos que fueron, son y serán provocados por la codicia insana de las empresas y la estulticia sin parangón en el universo de los estúpidos desgraciados que nos gobiernan y abocan al desatre inminente y al colapso de la vida terrícola; cómo se siguen usando centrales nucleares pese a los desatres habidos y por haber, desatres que hacen inviables zonas extensas de las naciones afectadas, debiendo prohibirse la vida en dichos sitios por las altas radiaciones que no desaparecerán en miles de años, pero la terrorífica contaminación de los núcleos colapsados o directamente explotados atraviesa las fronteras de los gobiernos y cual moderna peste llega por los aires, las aguas o con los seres que caminan o vuelan allí donde no se les espera llevarán la muerte y la desolación a todos, ya sean pro o anti nucleares; cómo arrojamos sin pudicia mil y un desechos porque sí, que contaminan nuestras aguas, nuestros suelos, nuestros aíres, pensando tal vez que alguien recogera nuestras inmundicias cuando en realidad tales porquerías acabarán llegando en forma de cadáveres que deglutiremos con la insensatez de monos intrascendentes y en la falsa creencia de que los cuerpos esquilmados de peces, aves o cualesquiera animales están exentos de las inmundicias que nosotros mismos les arrojamos en sus hábitats que son los nuestros también.

Pero hay mucho más en nuestra insensata e intrascendente forma de afrontar la biodiversidad, lo vemos a diario con el trato que damos a nuestros semejantes que nunca serán un clon nuestro, y de ahí se deriva un frontal ataque a su dignidad, lo hacemos los hombres con las mujeres que son acosadas, explotadas, violadas, vejadas, usadas, mancilladas, golpeadas, insultadas, apedreadas en injusta venganza, quemados sus rostros por supuestas infidelidades, asesinadas por que era de él, cambiadas como moneda para su explotación, y jamás creídas por lo que son. Y los chicos y chicas que viven dentro del cuerpo de un sexo que no es el suyo, de nuevo el insulto y la agresión, el acoso y la brutalidad como respuesta de la cruel y sádica manada de canallas. Lo mismo que ocurre cuando otros que se creen en su derecho hacen insoportable la vida de niños o niñas a los que acosan, ahora lo llaman bulling pero siempre fue la aberración de los malvados, el uso de la bellaquez por los futuros violadores, asesinos y criminales de variada ralea. Las guerras desatadas son otro de los problemas de esta inhumana intrascendencia que nos golpea con bombas cada vez más inteligentes pero igual de miserables, bombas hechas en las fábricas de los países más ricos pero que caen sobre los campos y las ciudades de los países más pobres o con más recursos sin expoliar, matando a las personas y a los hijos de las personas. Guerras del odio, de la sinrazón de la religión verdadera o contra el opresor imaginario, guerras del expolio y de las cadenas que vendrán, de las casas destruídas y de los muertos que dejó. Guerras, guerras, odio y políticos iluminados que creen tener derechos cuando solo deberían tener obligaciones, obligaciones con su pueblo no, obligaciones con el pueblo que le puso al mando. Y los ricos, cada vez más ricos y que igual piensan que alguna vez podrán ver la fortuna que atesoran a buen recaudo, tal vez piensen como los faraones y crean que disfrutarán de sus divisas en paraísos opacos en el otro mundo, más allá de las puertas del cementerio.

Y mientras un niño llora porque tiene hambre, un hombre tal cual el de Los Miserables de Victor Hugo arroja el bollo que desprecia su gordo hijo mimado a las ánades saciadas del estanque del parque de París. Fuera hay un revolución que no lo llegará a ser, pero sus muertos morirán como en cualquier otra. Cést la vie.

27 de noviembre de 2017

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