martes, 22 de enero de 2019

Las últimas balas. Preámbulo.



Al son de una impúdica balada, que se exterioriza a través de mi aparato de televisión a donde llegó por las hondas hertzianas y acaba por atacar mis neuronas, empiezo sin mucha convicción la que puede ser mi postrera obra. Aunque llevo días abonado por diversas impresiones que me arrastran al teclado y llenan de fábulas mi mente, no creo que pueda atender tales agobios; la impavidez de la hoja en blanco, aunque ésta sea la de una tableta cibernética, siempre acojona y la ruptura del hielo mental se puede convertir en un trabajo hercúleo.
Pero aquí me hallo, frente al reto de las líneas convertidas en cadencia de verdades que podrán convertirse en poema para alcanzar la gloria o enamorar a una dama, aunque tal vez solo alcance a la prosa detenida como las aguas azules y frías de una milenaria laguna pirenaíca, o se arrastre con leves movimientos como el agua subterránea hasta alcanzar las raíces de hermosos árboles frutales que en la superficie dan de comer a pájaros hambrietos o son explotados por las manos sin fondo de la humanidad que se deriva hacia el abismo más profundo en su inmensa estultucia. Pero, y solo digo pero, también podría ser que una musa alada y rápida como un rayo de pálido y metálico resplandor coja las frases sin ver apenas si son sinceras o están desgastadas por su uso, ajadas de tanto que se han repetido una y otra vez como ecos cansinos que nadie escucha pero que siempre están ahí, a la vuelta de cada esquina, al comenzar de cada día, y que esa rara Melpómene (musa de la tragedia) estampe en los estúpidos rostros de los millones de gobernantes y miles de millones de gobernados que a lo largo de los tiempos han deambulado por este planeta que ahora agoniza, mientras desaparecen las especies y miles de millones de animales son cruelmente asesinados cada año para satisfacer la vomitiva gula de unos hombres y mujeres que tiempo ha dejaron de serlo para convertirse en brutos espectros de una humanidad sin sentido, sin moral y sin futuro pero con un destino, disolverse entre el polvo de las estrellas como si nunca jamás hubieramos existido.

22 de noviembre de 2017

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