jueves, 24 de enero de 2019

El oro y la espada.



Nadie con dos dedos de frente podría haber imaginado que dejar sin valor las reservas de oro de las naciones, a la hora de emitir moneda, sería como disponer de la llave de la cueva de Alí Babá. Eran los años treinta del siglo XX, hacía bien poco que las naciones más poderosas del mundo se habían desangrado en una guerra de proporciones desconocidas hasta ese momento. Los países contendientes habían desbordados las posibilidades de sus reservas de oro para emitir moneda y financiar la guerra, el mundo iba a entrar en una crisis demoledora si los deudores exigían hacer efectivo sus enormes cantidades de dinero acumulado con la especulación de bienes y la venta de armamento a las partes contendientes. Esta es la realidad y no la que debieron inventar los gobiernos para poner en marcha la mayor estafa de la Historia de la Humanidad.

El patrón oro fue enterrado sin honores entre 1929 y 1931. A partir de aquí el oro ya no respaldaba las monedas nacionales, ahora sería la confianza entre los tenedores los que respaldarían su valor. Pero entre ladrones, ávaros y prestamistas la confianza es más parecida al juego del trile que a un acto de fe.

En realidad estos apuntes económicos en una novela de ficción política y científica no precisan ejercer de exactitud porque en este tema la opacidad y la intriga han estado tan presentes como el agua y la sal en los mares de la Tierra. Los hombres que manejan los gobiernos y la economía lo han hecho desde tiempos inmemoriales con modos de superioridad, tratando a sus súbditos, ciudadanos y clientes de forma zafia, artera y poco colaborativa. Han sido depredadores que buscaban además de la sangre, el escarnio y la humillación de sus víctimas, sus semejantes. No se puede comprender que aunque el conocimiento del hombre en la segunda quincena del siglo XXI nos esté a punto de llevar al planeta rojo, Marte, aún hayan cientos de millones de seres humanos que mueren de hambre, de enfermedades para las que existen cura, o en guerras por el oro, los diamantes, el coltán u otros minerales que llevan nuestros móviles y tabletas.

Así mismo es increíble que en este tiempo de tantos avances en los que la imagen tanto de las cosas, como de las personas es más importante que la salud, la justicia o la educación. Hay personas que obtienen millones por un spot para atraer a los jóvenes a los vicios del juego online, de la posesión de bienes innecesarios o la caricia de un perfume carísimo, a la vez que se deja de buscar el suave roce de un ser caliente como uno mismo, el compartir la belleza de un paisaje natural, de dejarse transportar por el olor de las flores de la primavera, o ver como discurren las aguas de un río bravo e indómito. Pero no, preferimos ver el discurrir de una bola sobre la ruleta roja y negra que nos sacará los cuartos que tanto nos costó conseguir. Anhelamos verter sobre nuestro cuerpo el chorro impúdico de la colonia que promociona la star de turno, aunque nos cueste la paga de una semana. Y nos desmelenamos cuando el viento mueve nuestra larga melena a bordo de la moto más potente y cara de su marca, momentos antes de estrellarla por nuestra estupidez congénita de ir pensando en lo guapo que aparentas encima de la burra metálica en vez de prestar la atención debida al camino y a las señales de tráfico.

Los monos que bajaron de los árboles hace un millón de años o más, solo lo hicieron para ser explotados hasta la extenuación por sus semejantes más avariciosos y malvados, que lo van a seguir haciendo en tanto puedan seguir extrayéndoles beneficios que acumular en sus cuentas de resultados o en sus cajas fuertes. Cuando por mor del avance de la robótica nuestra mano de obra no sea precisa, pasaremos de ser carne de cañón a mera mercancía de explotación carnal, tanto en el nivel de la explotación sexual de los congéneres más bellos, jóvenes y apetecibles; también para usos cinegéticos de caza humana o usados como carnaza de grandes depredadores; y sobre todo como contenedores de órganos transplantables en tanto sea necesario el intercambio de piezas humanas y no se produzcan ésas en laboratorios.

Algunas de las cosas que escribo habrá a quien le parezcan barbaridades sacadas de la mente corrosiva de un monstruo degenerado, pero nada más allá de la verdad, solo debéis buscar en google o en las bibliotecas del mundo actos similares a los aquí generalizados en un ficticio y más que probable futuro que ojalá nunca llegue a existir.

Un capítulo del Arca de Gaia.

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