martes, 22 de enero de 2019

Las últimas balas. Derechos humanos.



El 10 de diciembre se celebra el día mundial de los derechos humanos, disponemos de una Carta de los mismos, así como de multitud de organizaciones internacionales que los defienden, en la mayoría de las Constituciones los proclaman y los  aseguran. Todos nos llenamos la boca cuando hablamos de ellos o los exigimos. Continuémos con el cuento, esta Navidad repítelo Sam.

Ayer veía, a ratos, un documental sobre la industria de la publicidad, sobre su evolución y sobre sus amhelos, que son exactamente los mismos que sus objetivos, osea sacarte la pasta y cuanta más mejor. Los gobiernos que deberían estipular normas para que estas agencias depredadoras no hicieran estragos entre las economías de los ciudadanos a los que gobiernan, hacen caso omiso de lo que sería un buen gobierno y deciden que se autoregulen, confiando en que por sí mismos van a tener la decencia de no engañar, estafar, mentir y robar. Podría el gobierno hacer lo mismo con la normativa de la circulación y dejar que los conductores se aotoregulen, también en lo del consumo de drogas, el uso de armas. pero pasa en otros temas, aquí en España se permite a la Iglesia Católica registrar como de su propiedad bienes inmuebles que no estén a nombre de otros, podría el gobierno permitir hacer lo mismo a todos los ciudadanos y así, a lo mejor, todos tendríamos un hogar.

Los derechos humanos van superpuestos a las obligaciones, y así como tenemos unos tenemos las otras. Sin embargo hay demasiada gente o entidades por encima de la ley, no tienen las mismas obligaciones que el resto de los mortales y eso hace que nuestros derechos tiemblen en la incertidumbre.

El mundo sigue a unos ritmos en los que los D.H. son pisoteados continuamente, lo vemos en las guerras, en las relaciones laborales, en las de pareja, en la calle cuando la policía te para por tu color o por tu apariencia, en las miradas de los otros, en la palabra del juez que se cree Dios, en el conductor que te deslumbra o no pone los intermitentes porque él ya sabe a dónde va, en el que quema el monte que da vida a todos. Y lo peor es que seguimos comportándonos como si vivieramos en un planeta de bienes inagotables puestos a disposición nuestra. Podemos masacrar, destruir, arrasar, expoliar, ensuciar que no pasa nada, el mundo es nuestro. Necesitamos fabricar muchos productos para venderlo a los consumidores. Precisamos rebajar los sueldos hasta la frontera de la miseria a fin de optimizar los beneficios, queremos que nadie proteste por nuestras políticas ya que la razón reside en nosotros. Pero algo falla en la ecuación porque el mundo no tiene recursos ilimitados y nisiquiera lo que tiene o alberga son realmente recursos, unos son parte esencial de la geología, otros son seres de la biodiversidad y lo demás es la casa común. Y lo que llamamos consumidores son a la vez ciudadanos y trabajadores, son los vecinos y los otros, pero ante todo son nuestros iguales.

Algún día alguien habrá de explicar cómo y porqué fuímos tan estúpidos, cómo y porqué arrasamos la vida en el planeta, cómo y porqué creímos ser hijos de un dios inexistente, cómo y porqué no usamos nuestra inteligencia y explotamos nuestra violencia, nuestro odio y nuestra miseria. Algún día nos daremos cuenta de que ya no quedan días y ese día ya no importarán los derechos humanos porque ya no quedarán humanos que puedan reclamar derechos, bueno salvo uno, el derecho a la muerte. Que paséis una feliz Navidad y os sigáis pasando por el forro de los cojones o del coño los últimos avisos de los últimos cuerdos de este mundo de locos.

10 de diciembre de 2017

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