sábado, 19 de enero de 2019

Aterrados y abatidos.



Aterrados por lo que dejaron atrás y abatidos por el largo camino recorrido aún no saben que su dura lucha por sobrevivir sólo acaba de comenzar. Hablo de personas, hablo de refugiados, no me importa tanto si lo hago de aquellos que huyen de la guerra fraticida o de invasión, o si me refiero a los que huyen del hambre o de la desesperanza por una vida que solo les ofrece una muerte miserable, hablo de personas, de seres humanos humillados por otros seres si acaso no tan humanos. Hablo de genocidios, de asesinatos y muertes sumarias; hablo de explotación, de vejaciones y sadismo, de atropellos y de esclavitud. Y hablo de hechos que ocurrían en la Europa de la segunda década de los años dosmil, años en los que los delincuentes hacían las leyes y los criminales disponían de ejércitos para aterrar al mundo.

El artículo 14 de la Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce el derecho de asilo:
        En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
        Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.

El artículo 18 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea garantiza el derecho de asilo:
        Se garantiza el derecho de asilo dentro del respeto de las normas de la Convención de Ginebra de 28 de julio de 1951 y del Protocolo de 31 de enero de 1967 sobre el Estatuto de los Refugiados y de conformidad con la Constitución.

Sin embargo en España, mi país, y en Europa, a la que pertenece mi país, se están violando estos preceptos a los cuales están sujetos nuestros gobiernos. A menudo me pregunto cuáles son las pautas para elegir qué leyes nacionales o internacionales son dignas de ser observadas por aquellos que nos representan, y si acaso nosotros sus representados tenemos las mismas posibilidades de elegir qué leyes nacionales o internacionales vamos a observar y cuáles vamos a hacer como que no existen.

También vengo observando que aquellos sobre los que recae la dignidad de juzgar los comportamientos contrarios a las leyes, que nos hemos dado solemnemente y que visten las togas de la magistratura, pueden compatibilizar la imposición de condenas que conllevan la privación de la libertad o la imposición de fuertes penas pecunarias a quienes ellos dicen que queda probado su acto delictivo, y por tanto son delincuentes y han de ser tratados como tales, y obvian los delitos que cometen aquellos que estando obligados a cumplir y ejecutar las leyes dejan de hacerlo, y con sus actos antijurídicos y a todas luces inhumanos provocan la muerte de los que reclaman sus derechos.

Y por supuesto incluyo en mi acusación a todos los que debiendo detener a quienes dejan de hacer lo que por imperativo de la ley les es obligado hacer no los detienen y permanecen impasibles viendo como se cometen los crímenes contra las personas, crímenes en los que a menudo éstos proporcionan la brutalidad, la desproporción y la violencia ejercida en el nombre del Estado.

Puede que un día se cumplan las leyes y que ese día éstos delincuentes que ejercen la satrapía tengan a bien cerrar sus putrefactas bocas en el vano y falaz intento de ejercer de fiscalizadores de los actos de justicia que se hagan contra los impúdicos y criminales actos que se hicieron mientras ellos tenían el poder, ejercieron la dignidad o portaron las armas que el Estado y la ley les otorgó para defender las leyes.

En recuerdo de aquellos que duermen el fin de sus sueños en las profundidades del Mar Mediterráneo, en los desiertos de Siria, en las montañas de Turquía, en el desierto del Sáhara, en las colinas de Marruecos, en las escarpadas orillas del Egéo, en los fríos ríos de Macedonia o en las terribles noches de los campos de refugiados de Hungría y de cualquiera de los sitios donde los gobiernos sin alma que dilapidan los recursos de todos en el altar de los mercados y en beneficio de los afortunados, sus verdaderos compañeros de viaje, dejan de ser nuestros representantes para convertirse en simples delincuentes, eso sí de guante blanco, chófer y prebendas de Estado.

Un capítulo del Arca de Gaia.

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