viernes, 25 de enero de 2019

Hagamos algo ya.



Al menos, y en la esperanza de que ésto no sea tal y como una bola de maleza que arrastrada por el viento recorre millas a diario por el desierto sin que se pare en lugar alguno y arraíge, al menos digo lanzo éste escrito a modo de deseo o de mensaje en la botella para que allá a donde quiera que llegue y sea leído, llegue a ser entendido y seguido, tan poca cosa y tan poco deseo pero que a buen seguro pasará como la bola y no parará y aunque lo hiciera el ratito que os lleve a más de uno en leerlo, estoy seguro que no arraigará. Pero os prometo a cada cual que lea ésto que las semillas de esta bola que corre empujada por el viento, llevan un mensaje a la humanidad que cada cual las coja y las siembre o las deje pasar a la espera que venga otro y haga lo que tú debiste hacer.

La fauna marina muere asfixiada por los vertidos de los humanos que en vez de cuidar y conservar a su inigualable y única nave espacial, se dedican a comercializar con los cadáveres de todo lo que se mueve y habita bajo las aguas. Recorremos las costas en busca de arrebatar cada uno de los sitios de puesta de los animales que viven en el mar y depositan sus futuras generaciones en la costa, en los arenales desde millones de año atrás; cuando vuelvan del mar verán sus zonas de puesta tomadas por resorts de lujo, hoteles, campings, chiringuitos o cualquier otra monstruosidad humana. Saturamos las aguas costeras con millones de seres que vomitan aceites, plásticos y todo tipo de podredumbres infestando con ellas cada metro cúbico de mar de océano. Usamos las fosas abisales para depositar la muerte en  bidones con cianuros y otros venenos mortales, radiactivos o explosivos. Arrojamos los barcos cargados de compuestos que se unirán a la cadena trófica aún desde el conocimiento de ello desde hace décadas y décadas. Instalamos enormes moles extractivas que contaminan y ponen en peligro la diversidad y la salud planetaria como absurdos y estúpidos orates condenados al holocausto final de la extinción que hemos iniciado desde hace siglos.

Y en tierra firme somos mucho más letales, ya ni ese Dios creador de este Edén podría reconocerlo. Hemos arrasado y seguimos haciéndolo las selvas y los bosques que son los pulmones de nuestro planeta y de los que tomamos la sabia de la vida. Algunos de los enfermos idiotas de los que dirigen las naciones de esta nuestra casa la Tierra se creerá que el oxígeno se fabrica y que las albóndigas de oro se pueden devorar. Pero la enfermedad de los cretinos está en una fase de desarrollo ya cuasi imparable y van a ser precisas técnicas y actuaciones mucho más agresivas si queremos que la humanidad y el planeta con las especies animales sobrevivan otro siglo.

El enemigo es la estupidez que aparenta ser congénita en nuestra especie. El día de los orates debería ser la fiesta de la humanidad que en realidad debería de renombrar su titulo por el de apestosidad. Y es la apestosidad con su innata peligrosidad, y valga la redundancia, la que sin duda debe de ser puesta en confinamiento. Habremos de empezar a construir ciudades copuladas donde estemos confinados y no podamos verter nada fuera de ellas. Allí criaremos nuestros alimentos que o serán de invernadero o de laboratorio. Habremos de dejar por cien mil años que la vida se recupere de nuestra apestosidad, pero podremos viajar a otros planetas donde no deberemos repetir los bárbaros actos que hemos prodigado con nuestra casa. Mientras deberemos cambiar muchas cosas, el matar animales para comer sus cadáveres como ya he apuntado líneas atrás, el sembrar el planeta de inmundicias y desechos, el matarnos y el matar, el polucionar y envenenar. El odiar al otro y el embrutecer al débil, la explotación y el engaño, la maldad y el crimen. La deshonestidad, la mentira, la avaricia y el abuso. Tenemos mucho trabajo por hacer y tal y como decía Napoleón a sus generales tras las batallas, empecemos a plantar los árboles ahora porque tardarán decenios en darnos su sombra y en alimentarnos sus frutos.

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