martes, 22 de enero de 2019

Las últimas balas. Luces y sombras.



Llevo unos días escribiendo "Democracia bajo control" un trabajo que incorporaré a este escrito con ese nombre, saco a colación tal cuestión porque viene al pelo sobre lo que trata este apartado, las luces y las sombras de la humanidad, el caso es que en "Dbc" al igual que aquí estoy haciendo mucho incapié sobre las sombras que indudablemente son muchas, tal vez demasiadas como para pasar de puntillas sobre ellas, pero creo que debo hacer una reflexión al respecto.

Los gobernantes a menudo tiranos, los clientes a menudo rateros, los amantes a menudo embusteros, los amigos a menudo falsos, los jefes a menudo explotadores, los políticos a menudo corruptos, los policías a menudo criminales, los médicos a menudo matasanos, los padres a menudo abusadores, los clérigos a menudo pedófilos, las monjitas a menudo roba niños, los notarios a menudo presidentes, los presidentes a menudo prófugos, los niños a menudo acosadores, los acosadores a menudo vecinos, los vecinos a menudo ese estúpido de ahí al lado, las esposas a menudo golfas, los esposos a menudo despreciables, el santo a menudo demonio y el demonio que te cruzas tan a menudo; somos todos unos pecadores de la pradera como diría Chiquito de la Calzada que en el cielo de todos los Fistros esté, o la mismísima Cospedal que ahí si que atinó al afirmar que los políticos corruptos son el reflejo de la sociedad, o algo así.

El caso de que yo refleje en tantos escritos la intrínsica maldad humana es un dato al que no puedo escapar porque está ahí omnipresente, cada vez que escucho el telediario se oye una retahila de actos despreciables de nuestros semejantes, de todas las clases, de todos los países. Pero aunque suelo poner la tinta sobre algunos de nosotros en concreto, ya sea el Trump, el Rajoy, el último asesino de casi niñas, el cazador salvaje, el torero desquiciado o el maltratador y asesino de animales, mujeres o esperanzas, en realidad mi dedo acusador debería de caer sobre todos nosotros, sobre mí que escribo y no reviento, sobre tú que lees y sobre cada cual que permite que el dolor sea nuestra carta de identidad, que la incomprensión vaya siempre por delante de la atención, que la innacción sea nuestro deporte favorito, que la maldad solo sea achacable al otro, que nos miremos nuestro ombligo por encima de nuestras posibilidades, que cantemos a un mañana mejor mientras escondemos nuestras miserias debajo de la alfombra, que destinemos más recursos al vicio que a los necesitados, que sigamos creyendo que nosotros sí que nos lo merecemos y que un arcano insondable o un dios que nos adora aprueba nuestras formas de vida y que en el más allá va a consentir en premiarnos con una vida infinita llena de placeres.

Cada segundo vivido cuenta nuestra propia historia, cada oportunidad perdida se va para no volver, no hemos aprendido a disfrutar sanamente sin repartir dolor a diestro y siniestro. Nuestra casa común está hecha unos zorros y no por la culpa de unos tarados, como a menudo escribo, que nos mal gobiernan, sino por nuestra propia desidia, somos unos guarros y unos mal nacidos que no saben apreciar el Eden en el que vivimos. Todos los días sobre nuestras cabezas se ven las estelas de las estrellas, el inmenso firmamento pero muy pocos, casi nadie, sabría decir el nombre y señalar a las estrellas más importantes que nos alumbran y antaño nos indicaban el camino a nuestras costas; y para ver tal maravilla universal abremos de alejarnos considerablemente de nuestras ciudades que con sus estúpidas luces que apuntan a los astros impiden su visión nocturna.

Quisiera, de verdad, poder cambiar la tónica de mis escritos, quisiera que el humano del futuro inmediato diera un giro a la impronta que va a dejar sobre el planeta. Debemos convencernos de que nuestras cortas vidas no nos han sido dadas para acabar con las especies ni para convertir este antaño precioso y verde Eden sideral en un estercolero de inmundicias sacadas de una película de terror, debemos cambiar nuestros chips de estúpidos monos tarados por el de viajeros del espacio, caballeros de un orden natural que vele por las especies y por las casas del Universo tan grande y tan hermoso. Seamos como los Yedis de esa película que luchan contra el mal allá donde se encuentre, pongámonos nuestras capas y colgemos a nuestras cinturas las espadas laser y plantemos cara a todos los ejércitos imperiales, y a partir de ahora juremos convertirnos en dignos hijos del polvo de las estrellas.

16 de enero de 2018.

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