domingo, 27 de enero de 2019

De nuevo la paz.



Como tras la última de las batallas en cada guerra llega un día la paz; por fin callan las armas y los soldados dejan entrever a pesar de sus heridas una sonrisa. Muchos se atreven a soñar con la vuelta a casa lejos del fragor de los combates, lejos de la muerte que alcanzó a tantos camaradas. Otros solo quieren olvidar y dejar atrás el miedo y el terror, el ruído incesante del cañón, el humo con olor a carne, el sabor agridulce de la sangre, el grito de la llamada al ataque.

Pero en esta guerra recién acabada, en las que las bajas se cuentan por millones y la destrucción en casas y fábricas ya alcanza cifras millonarias; los líderes, los generales, y los que fabricaron las armas hacen caja, son las aves carroñeras que no devoran cadáveres de soldados destripados por los misiles, sino que recogen los beneficios de la liquidación. Esta guerra que los nuevos generales llaman crisis económica también llamó a filas a millones de soldados que no querían serlo y si querían lo eran por los cantos de sirena de antes de la batalla, de antes de las mutilaciones, de antes de los muertos y de sus funerales rápidos entre los cráteres de los obuses. pero estos soldados de esta guerra, absurda como todas e inútil como ninguna, no podrán soñar con volver a sus casas, porque sus casas ya no son suyas, se las quedó una banda que actuaba en la retaguardia lejos del fragor y del silbar de las balas. Ahora las columnas de soldados, vencidos y desahuciados, no serán recibidos por sus deudos, ni consolados por sus amantes. Deberán llenar de nuevo sus petates con sus escasas pertenencias y partir a tierras lejanas donde ganarse el pan que su nación por la que quisieron dar la vida les niega.

Y entre carcajadas que suenan a burla cruel, los generales, payasos uniformados con charreteras y baratijas en la pechera, que mandaron las tropas a la masacre y los líderes y reyes, estúpidos ignorantes, que tensaron la cuerda de la negociación hasta romperla, recomponen sus vidas mientras niegan sus reponsabilidades en la sangría que sufre el pueblo llano, la nación entera. Se vuelven a reunir en los palacios para ensalzar sus virtudes, de las que carecen, para envanecer sus egos mientras se reparten las prebendas y se ponen los entorchados que nunca van a merecer. Se rodean del lujo que no les corresponde y vuelven, de nuevo, a hacer pagar con intereses sobre intereses las dádivas que se reparten estos vomitivos seres, esta casta de miserables

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