viernes, 25 de enero de 2019

La comodidad que nos mató...



Fué una noche oscura y fría de enero de cualquier año que ya no recuerdo muy bien. Me apoltroné en mi único sofá, arrimé la estufa eléctrica hasta que casi rozaba mis pies, encendí un cigarrillo y después de darle un par de caladas lo deposité en el cenicero.

La noche transcurría tranquila y absolutamente silenciosa, como era costumbre en aquella semideshabitada urbanización de la costa; acercaba mis labios al vaso de vodka cuando un enorme ruído atronó los aledaños de mi humilde vivienda.

Reaccioné con cierta lentitud mientras mandaba callar a los perritos que ladraban enloquecidos. Me puse por encima el abrigo y salí a la terraza, y aunque debería sentirme aterrado cuando observé las deslumbrantes llamaradas que provenían del cerro cercano, creo recordar que hasta me pareció una imagen bastante bella aunque terrible.
Entré de nuevo en la casa, me quité el abrigo, y me volví a sentar comodamente en mi único sofá. Mientras que con una mano cogía el mando de la tele, con la otra prendía fuego al cigarrillo que ya asía con mis labios.

El noticiero 24 horas no decía nada sobre lo recien ocurrido, apagué la tele y puse el canal de Radio Regional Música, suspiré y le dí un largo sorbo al vodka.

En las cercanías se podía escuchar la sirena de emergencias de algún servicio que aún seguía en pie, aunque apenas duró unos minutos estoy seguro de que la oí. Hice un vago gesto que recordaba lejanamente a la señal de la cruz que mis padres y los curas me enseñaron a hacer de pequeño. Y después de rellenar el vaso hice un macabro brindis por los que, con toda seguridad, acababan de perecer en un nuevo desastre aéreo.
Recuerdo perfectamente que me dije a mí mismo que ojalá existiera una vida en el más allá.

Como casi todos empezaba a convencerme de que la suerte ya estaba echada y que ellos habían ganado al final. Yo era uno mas de la masa explotada y esclavizada en la que nos habíamos convertido los pueblos de la vieja Europa.

Ahora mientras apuraba mi cigarrillo y exprimía las últimas gotas de vida que me quedaban vaciando vasos de vodka, recordaba los cientos de veces que no hice nada para parar el avance de estos que ahora vivían tan ricamente en los paraísos terrenales que poblaban los mares del sur.

Vaciado el Estado, arruinado su Tesoro y embargado su Futuro, este era el resultado de muchos años de mentiras de los políticos, de saqueo de los derechos sociales y de indulgencias ante el abandono de las responsabilidadaes adquiridas por los golfos que nos mandaban.

Ahora que el daño estaba hecho, que los muertos se volvían a dejar dispersos en fosas comunes por las carreteras olvidadas de la piel de toro por falta de presupuesto y servicios públicos; solo quedaba entonar un mea culpa por haber escatimado en el pasado mis votos o mi desprecio según hubiera procedido. En fin ahora tocaba joderse.

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