lunes, 21 de enero de 2019

El Santo Grial.



Ayer 23 de junio de 2017 u otro día, no estoy seguro del todo, vi un documental sobre misterios de la Humanidad y uno de ellos era, como podéis imaginar, el de la Copa de la Última Cena del, supuesto, Hijo de Dios de los cristianos. Para los documentalistas el corpus del Santo Grial no solo se debía asociar al contenedor de las postreras libaciones alcohólicas de Jesús, sino también a la ideación, el teorema o el algoritmo que de ser hallado conllevaría la solución de todos los males de la Humanidad. Esta propuesta nada más oírla me fascinó, fue como un flash o una revelación. Aunque la misma no duró demasiado, como mucho el tiempo en que tardé en comprender la dificultad del reto.

La búsqueda del arca, del tesoro, de la nave, del conocimiento es en sí toda una aventua imposible de superar. La historia de los hombres está llena de búsquedas insensatas; como ya dije en un escrito sobre el Gen de Dios, disponemos de un gen que nos hace ser temerarios e irracionales a la hora de evaluar nuestras posibilidades de éxito, lo denominé el gen criminal o del chimpacé, aunque lo explicaba con otras palabras para este caso me vale. Dotados con este gen podemos embarcarnos en cualquier aventura, aunque ésta nos lleve toda nuestra vida y al final de ella nos encontremos con las manos tan vacías como al principio de nuestra epopeya.

Pero el fracaso no está escrito en ningún gen del ser humano, por eso mismo podemos acabar destruyendo nuestro propio planeta en aras de un beneficio menor. Aún así, el mismo arma que nos ha servido para destruir tanta belleza y aniquilar tanta vida, incluída la de semejantes, puede y debe servirnos para dar con la fórmula de la lógica más categórica, con el algoritmo de la creación, con la idea de Dios.

Desde los albores de la Humanidad hemos perseguido la búsqueda insensata de la sabiduría, nuestros primeros hermanos la fueron a buscar en el horizonte, unos subieron a las más altas montañas, otros se adentraron en enormes  desiertos, se juntaron en los valles y construyeron templos para que la verdad los habitara. Muchos sufrirían después y durante estos procesos la ira de los portadores del conocimiento, la falta de empatía con los que no entendían los mensajes del más allá a menudo provocaban terribles guerras. Pero nuestro gen criminal seguía orientando al ser humano en su búsqueda del saber, en su búsqueda de la eternidad.

Y puede, digo sólo puede, que al igual que en otras cosas nuestra genética no sea tan perfecta como la mayoría hemos creído y sostenido desde que pintamos la primera mano sobre la pared de la gruta, donde nos escondíamos de las fieras y nos abrigabamos del frío y de la lluvia, y vimos como por el efcto del fuego recién comprendido la mano del chamán se movía, temblaba y nos amenazaba. Puede que nuestros genes nos hallan llevado a lo largo de la Historia por un camino que de seguro en otra dimensión jamás habríamos transitado. Puede que de saber que el conocimiento y la verdad no se hallaban en las lejanas estrellas o en las altas colinas, sino entre las neuronas más complejas de la vida animal del planeta Tierra, a lo mejor ya habríamos llegado hace milenios a esa Tierra llamada Libertad.

La Libertad que todo lo abarca, con eso me basta.

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