miércoles, 30 de enero de 2019

Y de inteligencia, ¿cómo andamos?.



Me refiero a la del género humano en general, no a la de los gobernantes a los que ya califiqué de ignorantes, ni a la de las élites financieras que la tienen envuelta en una coraza de codicia.
¿Realmente somos seres inteligentes?. Sinceramente no lo creo, mi experiencia vital que me ha llevado a transitar por muchos caminos me informa que en absoluto somos una especie inteligente; aunque seamos listos, lo somos para aprovecharnos de los otros; aunque tengamos conocimientos, solemos olvidar que son producto del colectivo humano ya que nadie los ha alcanzado por si mismo; y aunque dispongamos de tecnología, la usamos con demasiada frecuencia para matarnos, para explotar la naturaleza y destruir la biodiversidad, o para el ocio, las risas y la ruindad variada.
Somos tan estúpidos que no dudamos en creer que existe un Dios todopoderoso y que éste dispone de un catálogo de instrucciones para los humanos que hemos dado en llamar Religión, pero no hemos conseguido llegar a ponernos de acuerdo en adorar a uno en concreto, con una forma y normas únicas y aceptadas por todos.
Nos creemos superiores a otras especies mientras tiramos a nuestros hijos al contenedor de basuras, apaleamos a nuestras mujeres o degollamos a herejes y a los diferentes, nos jugamos en el casino o la tragaperras nuestros dineros y los de nuestra familia, y nos endeudamos de por vida para tener bagatelas y la última novedad de un mercado que no descansa de ofrecernos todo lo que nos merecemos aunque nunca hayamos hecho nada para ello.
Los tontos nacen como las setas mientras que los necios toman posiciones estratégicas para controlar y explotar a las masas de bobalicones. Seguimos crucificando a los justos y escarniando a los sabios mientras aplaudimos las fechorías de los impíos y acogemos como de los nuestros a los malvados.
Y esto viene ocurriendo desde siempre porque en algún momento de nuestras cortas y miserables vidas decidimos no pensar más que en divertirnos, dejamos de aprender y nunca hicimos nada por enseñar. La inteligencia que no se ejercita decae en estulticia, y la sabiduría que no se acrecienta y divulga es la prueba palpable de nuestra falta de inteligencia, y de esto último hay mucho.

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