martes, 22 de enero de 2019

La vieja pradera.

Acababa de adueñarse la oscuridad de la vieja pradera que languidecía mecida lentamente por millardos de tallos verdes de fresca hierba.

En la lejanía, sobre las montañas, asomaba impertinente la Luna en su plenitud de plata, la fiel compañera, la dama de la noche con su corte celestial de estrellas como diamantes, que alumbró la faz de la Tierra apartando la tenebrosa cadencia de las horas, deteniendo el pasar del tiempo, el momento de los muertos, de las hadas y de los hechizos.

Era el momento, era la hora en que los hombres dicen que nacía Dios, era el comienzo del día 25 en la noche del 24 de dicciembre del año pasado.

En el horizonte se veían las luces de los mortales, de la ciudad, de los pecados de los hombres, de la maldad y del olvido, del dolor por los hijos que se fueron y jamás volverán.

Entonces sentí el calor y el pulso de una mano inesperada sobre mi hombro. No había oído nada que me alertara de su presencia y sin embargo ahora sabía que estaba allí a mis espaldas.

Volví la cabeza esperando cualquier cosa, cualquier resultado a mi inconsciencia, a mi despite. Pero era tan bella, tan serena.
Me dijo: ven conmigo. Parecía que flotaba al andar y su larga melena de oro se fundía con sus ropas de finos y dorados hilos.

¿Eres una bruja buena?. Le pregunté. Sonrió y yo noté como en mi pecho palpitaba agitado mi viejo corazón.
No. Contestó. Soy solo un espíritu que habita en tus sueños.
Pero si estoy despierto. Le dije rápido y sorprendido.
No mi niño, en realidad estás muerto y yo he venido a enseñarte el camino hacia las estrellas.
¿Eso es el cielo?. Pregunté un poco cohibido, empezaba a sentir un cierto temor, algo de desasosiego.
Bueno, sonrió mirandome con unos ojos esmeraldas que no parecían de este mundo, llámalo como quieras, pero donde te llevo ya no tendrás que volver a morir.

Se paró y yo me detuve a su vera, noté que olía a primavera, a prados de flores sin fin, a juventud y a esperanza.

Con su mano izquierda cogió la derecha mía y la elevó señalando a una cascada de aguas bravas donde se reflejaban los rayos de plata de la vieja dama, de la Luna eterna.
Al pie de la cascada hallarás un remanso y en el remanso una barca, sube a ella y no temas. En ella irás a tu estrella, ella
te llevará a la eternidad.

Mientras subía en aquella barca llena de paz, ví como decenas de barcas al principio, cientos después y miles que en el momento de partir lo hacían conmigo. Y en cada una de ellas un muerto muy vivo, rodeado de amor, de primavera, de ternura, navegando cada cual hacia su propia estrella.

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