viernes, 6 de diciembre de 2019

Y de nuevo la Navidad.



Y de nuevo la Navidad...

Mientras se congratulan los políticos, los banqueros y los ricos, los nuevos y los de siempre, por vete tú a saber qué. Mientras pasan los años, cambia el clima, enterramos a nuestros muertos y recibimos a los hijos que paren las mujeres de nuestros amigos, de nuestros conocidos, de nuestros propios hijos, incluso las mujeres de auténticos desconocidos. Mientras tantas cosas pasan pero nada cambia, y aunque apreciemos paisajes bien distintos y todo sigue igual, va y llega la Navidad.

Se celebra la epopeya de un parto en precario, de un parto de mucho tiempo atrás pero como muchos de los que se producen hoy en día. Un parto en un pesebre de antaño al calor del buey y de la mula, un parto con mamá y papá. Igual y tan diferente a un parto en la calle frente al hospital materno infantil del que una joven es expulsada por que no tiene dinero, porque es pobre, es negra, es soltera, es emigrante, es judía, musulmana o indú, es una indígena indigente, es distinta y está sola. Es una joven virgen violada por un maldito desgraciado, no fue preñada por un pájaro, no huía de una persecución. Su hijo no va a ser Rey de los judíos, no es el hijo de ningún Dios, pero Dios mío cuanto dolor va a tener que soportar a lo largo de su vida. Ya ha nacido con frío, pasará de estar aterido a estar hambriento. No tendrá más cariño que el de su madre, pobre virgen violada, pobre niña pobre. Le llamarán ilegítimo, sin papeles, ilegal e indigente. Su vida será un calvario y la cruz su estigma. Mientras los hombres destaparán las botellas de champán y brindarán por el hijo de Dios.
Pues eso, todo sigue igual...