domingo, 20 de enero de 2019

La cuenta atrás ya ha empezado.



La cuenta atrás hacia el mundo nuevo, en realidad, empezó hace un tiempo y el reloj no para de correr. Y el problema no está tanto en que llegue el momento en que comience un mundo nuevo para la Humanidad y para el planeta Tierra con toda su preciosa carga de biodiversidad, sino en que no consigamos llegar a ver como especie ese mundo nuevo, mundo que verá la luz con o sin nosotros. Y en esto último las variaciones en las que podríamos situar nuestra propia extinción son unas cuantas; uno de los casos posibles sería que sobrevivieran, a los hechos apocalípticos que antecedieron a nuestra hecatombe y desaparición, unos pocos grupos humanos que hasta esos momentos hubiesen vivido ajenos a la destructiva civilización humana, como bosquimanos de zonas recónditas del África, tribus salvajes de la selva húmeda del Orinoco o del Amazonas, pueblos de las regiones árticas aún con masas heladas y territorios vírgenes de Siberia o Norte de América, y por supuestos los últimos pueblos libres del Tíbet que en esos momentos aún se mantengan lejos del yugo chino.

Estos seres humanos que sobrevivan a nuestra auto inmolación, sea como sea ésta, serán los nuevos primeros simios inteligentes cualidad que no traerá demasiadas buenas esperanzas para el planeta que infectado y herido en mil y una formas tratará de reiniciarse con los restos de aquel Paraíso sin igual entre todos los Astros y las Estrellas del infinito Universo del que nos propusimos ser expulsados, y esta vez no por una hermosa y sabrosa manzana sino por la estúpida creencia en que somos los amos de la Tierra y descendientes de dioses.

En la corta etapa de vida que me ha tocado vivir entre la Humanidad y a escasos años de mi viaje personal al infinito, he visto como los humanos se han multiplicado por cinco, como hemos extinguido miles de especies animales únicas y que jamás van a poder ser reemplazadas, también hemos arrasado millardos de especies botánicas y de insectos cambiando loca biodiversidad por monótona biouniformidad. Hemos sido capaces de encenegar los inmensos mares y océanos, llenar de malos humos el gigante cielo protector, a la vez que colmábamos las increíbles entrañas de la madre Tierra con todo tipo de ponzoñas creadas por la mente podrida de los ávaros y los egos de los estúpidos que nos han gobernado desde los últimos siglos en que empezamos a creer que podíamos dominar la Naturaleza y que todo lo que había sobre la faz de tan hermosa esfera celestial nos pertenecía.

Y es que fuímos unos malditos bastardos. Puede que al final de los días, cuando no quede aquí nadie que entienda la lengua de Cervantes o la de Shakespeare, un grupo pequeño de hombres y mujeres libres y casi desnudos, se reunan al fuego de una hoguera y entre las pocas lágrimas que el humo de la madera semiseca les arranque, vean allí arriba, una vez sobrepasado el dosel de los árboles que ya habrán vuelto a ser gigantes, la inmensidad del Universo al que una vez estuvimos llamados a poblar.

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