lunes, 21 de enero de 2019

Negros nubarrones.



En la memoria cuesta encontrar las referencias del franquismo que allí he guardado con o sin consentimiento, cuando murió el general yo estaba en la plenitud de mi adolescencia, ese día recuerdo haber ido a comprar el diario Información para ver la cara del muerto.

Y pasaron los años, unos pocos de pura y dura transición regada con la sangre de los asesinatos a políticos, militares y policías, mientras el país se partía la caja con la movida madrileña, se presentía el final de los setenta. Con la nueva década llegarían muchos cambios, la banda terrorista de la ETA hizo caja con tantísimos féretros y suya la década a la que se le llamó del plomo por las balas tiradas a traición y por la espalda. Los socialistas tomaron el poder y se perpetuaron mientras los españoles dejaban hundirse a la derecha. El mundo vino a España con el mundial, también llegaron los holligans que sembraron de batallas campales Bilbao, donde los vascos aplaudían por primera vez a los antidisturbios de la Policía Nacional, los marrones, cuando cargaban sin contemplaciones contra los bárbaros de la pérfida Albión. En esos años el cinturón rojo de Barcelona pilotado por un partido socialista obrero y muy poderoso pronosticaba una Cataluña unida a España sin fisuras.

Váyase señor González, exigía un provinciano inspector de hacienda venido a más, y González se marchó, con él salieron los Guerra y algunas de sus verguenzas, la corrupción de los representantes de la clase trabajadora dejó a ésta sin adalides, y perdido el mando del barco, comenzaron a pilotar la nave las aves carroñeras de la derecha que acompañaban a la gaviota o al charrán como se empeñarán años después en explicar los dirigentes del partido podrido en vez de explicar su corrupción, sus mentiras o la ruína a la que desde su ascenso al poder abocaron a nuestras tierras.

Y tras nuevas décadas, ya sin terroristas de pistola aunque sí con otros vestidos de Prada, llegaron las hipotecas sin futuro, el incumplimiento de las leyes protectoras de Europa, las llamadas a la Constitución del 78 que nunca se cumplió, llegaron los casinos virtuales después de las drogas de diseño, apareció el móvil y desapareció la esperanza de que el pueblo volviera por sus fueros. Se cargaron los derechos laborales, las leyes sociales y dejaron plantar sus reales a los prestamistas más zafios. La cultura quedó relegada a la Wikipedia y la juventud perdió el don de la palabra. El país se llenó de traficantes de drogas, mujeres e influencias. Las calles dejaron de ser seguras para no ser de un país para viejos. Proliferaron los pisos patera y las fábricas sin derechos pero con muchas horas y sueldos que nunca llegaban a ser de  mileurista.

Y al son de las castañuelas de una clase política vendida a sus propios intereses y los de sus amos del capital, entre tanta mentira y abandono de lo cultivado, el pueblo se hizo zafio, se formaron las manadas y la música llegó como himno a la impudicia, las niñas se hicieron putas antes que mayores y los niños en vez de venir al mundo con nuna barra de pan lo hacían con una navaja de pandillero.

Con el país al borde de la guerra civil por un quitame allá esta cata la uña, los bordes huyeron al país donde los Tercios de antaño se batían el cuero, y el notario de Santa Pola enarboló la Constitución, se sacó un as y dos cincos (155) de la manga y mandó la flota para acallar las protestas. Y en la resaca de las cargas policiales el nuevo, penúltima esperanza de la izquierda de toda la vida, recién llegado al albero con su traje de luces morado verá como por una mala faena de los subalternos los aplausos del público van para el matador del traje de luces naranja al que su cuadrilla sí supo rematar la faena.

Y en el aire de las calles del Madrid más cañí aún resuena el grito desgarrador de la comedia que empieza a ser esta mala historia de nuestra querida Piel de Toro: Carmena, no te lo perdonaré en la vida.

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