sábado, 19 de enero de 2019

Lunes 27 de marzo de 2017.



Apenas si hay cosas que me preocupen más que el nivel de inteligencia que puedo observar entre los de mi especie. A pesar de que vivimos en una sociedad, en la que incluyo a todo el mundo incluso a los países más pobres y con menor acceso a la educación, que dispone de unos ratios de acceso a la cultura como nunca se han visto a lo largo de la historia de la humanidad, podemos observar como el uso racional de nuestra inteligencia apenas si se usa de forma correcta.

El conocimiento de que disponemos de un razonamiento lógico que nos allana las variables o caminos a seguir ante cualquier diatriba que encontremos en nuestro diario deambular por la vida, a menudo es dado de lado por nuestro aún imperante, en muchos de nuestra especie, proceder simiesco que sin pararse a discernir entre el bien y el mal, entre lo blanco y lo negro, entre lo suave y lo rudo, toma las riendas de nuestros actos y atravesando veredas imposibles a la manera de un asno salido, pateando sobre riscos como una cabra loca o tirándose de cabeza a una piscina vacía a la voz de y a mí que coño me importa que no haya agua. Y lo malo de estos actos aflorados de nuestros más recónditos genes salvajes, no es el daño que podamos hacer o la locura que hallamos enfrentado, sino que los simiescos actos se realicen por motivos vácuos o para defender posiciones ridículas y faltas de entidad. Un claro ejemplo lo tenemos en la brutalidad con que algunos defienden los colores de un equipo de fútbol, que en el caso de equipos profesionales se alcanza la supina estupidez cuando lo protagonizan personas que apenas si alcanzan a ganarse decentemente la vida y se enzarzan contra otros iguales para defender el supuesto honor de millonarios a los que se la trae floja el club y solo les importa los ceros de su ficha. Pero pasa de supina estupidez a demencia total cuando son padres los que dirimen sus diferencias en los encuentros infantiles de sus propios hijos; están tan embobados aquí los progenitores en la creencia de que sus vástagos, algunos más inútiles con la pelota que con las letras del abecedario, llegarán un día a ser como sus ídolos futboleros de pies de barro a los que adoran como si fueran verdaderos dioses, que no dudan en volcar toda su violencia para doblegar un resultado que jamás se moverá debido a su inútil e improcedente furia.

Y digo y sostengo que ésto me preocupa más que nada porque de la falta de inteligencia o del poco o mal uso que hacemos de ella provienen todo los demás males de nuestra especie. Cuando por una coincidencia del destino, una orden divina, un virus loco o simplemente un poco de polvo de una estrella lejana nos hicimos seres capaces de desarrollar algo que con el tiempo definimos como inteligencia, empezamos un camino lleno de dificultades e inconvenientes, el hombre como especie pero también individualmente hubo de enfrentarse primero a terribles depredadores, a la enfermedad y el frío después, a la fuerza bruta de la geología, a la hambruna y a la impiedad de las guerras hechas por otros como él. Luego tuvo que esconder su sabiduría para no se quemado por hereje o por miedo de los que tenían el poder. El hombre con su inteligencia tuvo que huir y defenderse para no perecer. Y con el esfuerzo, el sacrificio y la voluntad inquebrantable de los más nobles entre los hombres, un día el sol empezó a salir, deslumbrante derramando por doquier el conocimiento, llegaron años de gloria para los sabios, de conocimiento para los que nunca lo tuvieron, los hijos de los obreros estudiaban y progresaban, la humanidad avanzaba, la enfermedad iba a ser vencida en cada uno de los campos donde contra ella se combatía. Y cuando muchos pensaban que la Arcadia feliz por fin estaba al alcance de cada hombre de la Tierra, cuando eso pensaban muchos, entonces todo volvió a empezar, los imbéciles ganaban puestos en la línea de salida y un famosillo de tres al cuarto ganaba más que un premio nobel, era más importante que el sabio galardonado y las masas lo consideraban más influyente que el mismísimo descubridor de la penicilina. Los inútiles y los pedantes escalaban a las cimas del poder, tomaban las riendas de los gobiernos de las naciones y hasta se atrevían a mostrar al mundo el camino a seguir, en tanto los filósofos que ya no eran reconocidos ni por los suyos lloraban por el previsible camino hacia el abismo que tomaban sus pueblos y la humanidad entera. Los más viles, los más egoistas, los más engreídos protagonizaban los editoriales de los medios y se pavoneaban ante las cámaras de las televisiones y los canales de las redes sociales, tomando la iniciativa para a la vez que se llenaban los bolsillos con la propaganda del consume ahora que no hay después, que no hay mañana, dirigir a la especie a la mayor de las esclavitudes, hacia la insaciabilidad, hacia la necesidad que jamás será satisfecha por que siempre querrás algo más, en tanto los más sensatos, los que amaban la biodiversidad y quienes querían proteger el habitat único que es la esfera azul que viaja entre las estrellas, eran apedreados con la ignorancia de quienes no ven más allá de sus narices.

No hay comentarios:

Publicar un comentario