En nuestro adn lo llevamos grabado a fuego, vivímos demasiado tiempo en cavernas y de hecho lo hicimos muchísimo más de lo que llevamos fuera de ellas. Fue sin duda el fuego el que nos sacó de las entrañas de la tierra en donde encontraron refugio nuestros antepasados, pero con el fuego hicieron día la noche y ahuyentaban a las fieras. El hombre empezó a doblegar los elementos y se hizo temible.
Ahora unas cuantas decenas de miles de años después de dejar de ser cavernícolas vamos a tener que regresar a ellas. En principio serán muy parecidas a las antiguas en el concepto de oscuras y protectoras. Pero si lo hacemos bien serán mucho mejores que las de nuestros antecesores. El caso es que de aquí a un breve espacio de tiempo a nivel de nuestra historia en la Tierra, antes de un siglo seguramente, el hombre habrá de apartarse del medioambiente. Lo hará para protegerse del veneno por él mismo derramado, en mar, tierra y aire. Y también espero, lo hará para proteger al medio y a la biodiversidad de él mismo.
Después de unos pocos siglos de cerrazón industrial, de guerras inhumanas y de expolio y saqueo del planeta y la vida en el alojada, el mundo precisa recuperarse, ponerse en cuarentena del virus que la está matando, del hombre. En el planeta se dan todas las circunstancias para que la vida florezca y se propague, surgan de forma continuada nuevas especies y se desarrollen increíbles procesos biológicos. Pero para ello es imprescindible que el patógeno que le ataca y pone en riesgo su salud y por ende su vida sea aislado. El planeta es un laboratorio gigante e incomparable que navega por el espacio entre grandiosas y poderosas bolas ígneas, es un eden, un oasis de vida en medio de un espacio frío y yerto con moles amenazantes. La posibilidad de hallar un enclave similar a nuestro inaúdito planeta es igual a que te toque el bote de la primitiva sin que hayas jugado, es practicamente imposible. Y sin embargo gastamos ingentes recursos en buscar ese sitio inexistente, mientras nos dedicamos a destrozar el que si sabemos que es real.
Destruímos el petroleo, material que casi con toda seguridad no existe en ningún otro sitio del Universo para producir energía a lo bárbaro, quemándolo y contaminando nuestro entorno; aunque haga decenios que podemos producir esa energía sin la quema de hidrocarburos, productos que en un futuro inmediato vamos a echar de menos para otros usos no contaminantes. Arrasamos los bosques y su biodiversidad despreciando los valioso tesoros biológicos que encierran las más maravillosas armas contra la enfermedad y la muerte. Despreciamos todo lo hermoso y noble de la vida en la Tierra, sacrificando cruel y sádicamente a nuestros hermanos los animales, los usamos para nuestro insano divertimento, les disparamos, acuchillamos, arrollamos, pateamos, golpeamos, sacrificamos, despellejamos, nos comemos sus cadáveres que exponemos en adornados escaparates. Diezmamos sus poblaciones y las llevamos hasta el abismo de la extinción, somos como niños malcriados con tanques de verdad, les quitamos sus bases alimenticias, sus espacios vitales y envenenamos sus hábitats, y luego les declaramos una guerra injusta y desigual porque entran en nuestras casas o pisan nuestras calles, se comen los sembrados o amenazan nuestra tranquilidad. Somos seres deformes que deberemos de aprender de nuevo el camino a la gruta. Eso o acompañaremos a los animales con nuestra propia extinción.
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