lunes, 11 de febrero de 2019

Que loco mundo que gira y gira sin parar.



Hubo un tiempo en que los hombres creían que La Tierra era el centro del Universo, pero llegó un sabio y explicó que eso no era así, entonces los santos padres que hablaban en nombre de Dios le dieron muerte por blasfemo. Que loco mundo que no sabe ni de la misa la mitad.

Ahora mismo hay hombres entre nosotros que siguen hablando en nombre de Dios y siguen matando a otros hombres por blasfemos, y lo hacen aquí, en Londres, en Paris y también en Nueva York. Que loco mundo que no sabe de que va El Corán.

Mientras las máquinas de hierro vuelan muy alto y desde allí donde se ven a los hombres muy pequeñitos, tan pequeñitos que ni siquiera se les ve, los que navegan en las alas del viento abren las tripas de sus máquinas de hierro y dejan volar la maldad que mata, dejan caer el fuego del averno, las mil y una iras de sus dioses que no quieren saber nada de los dioses de los de abajo, de los que casi no se ven. Que loco mundo que vuela como el águila y no sabe que está tan cerca su final.

Y entre tanto en los estadios las gentes lloran con lágrimas que parecen de verdad porque sus ídolos de pies de barro no han ganado la copa continental, la copa mayor, la más hermosa y preciada; los niños de las guerras que siguen asolando La Tierra ya no tienen lágrimas para llorar, sus infancias ya no son lo que eran, ya no juegan a vaqueros, ni siquiera meten goles que valen una copa, la más grande, la más hermosa copa. Que loco mundo que ya no rie cuando ve jugar a los niños que no viven y que mueren en la guerra.

Ahora gastaremos en armas más dinero, ese dinero que no teníamos para cubrir las necesidades de los niños que no viven en la guerra, los que viven en los barrios de los pobres de nuestras ciudades; ese dinero que no teníamos para tapar las verguenzas del hambre de los que si la tienen aunque vivan entre nosotros, en las ciudades donde no caen las bombas de las máquinas de hierro, de las máquinas que vuelan alto como las águilas y que desde allí no ven a los hombres a los que matan con sus bombas del odio de los dioses. Sí todo ese dinero que sí que teníamos para dárselo a los banqueros que tienen yates y conducen lujosos autos, esos hombres del dinero que no es suyo pero como si lo fuera; todo ese dinero que se irá para pagar las balas que luego repartiremos entre los malos y los malos que matan a los malos, para que todo siga igual y a los niños de la guerra, los que viven en las ciudades donde caen las bombas, no puedan llorar porque este loco mundo ya no sabe a donde va, ya no sabe ni de la misa la mitad.

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