jueves, 7 de febrero de 2019

El líder carismático del pueblo elegido de una tierra única.



Amanece cada mañana de diciembre del 2017, y mientras el sol despliega su luz por la ciudad de Barcelona, allende los Pirineos, en la ciudad otrora infame de Bruselas donde los Tercios de Flandes se batían contra una secesión ya lejana en los tiempos, se halla un hombre, una promesa, el líder de una nación que surge irredenta ante las hordas franquistas del empecinado Rajoy.

Hace casi quinientos años desde Barcelona partían los barcos que llevaban a las tropas españolas hasta las costas italianas desde donde se dirigirían después con contingentes italianos hacia las tierras que circundan la ciudad donde se esconde y agazapa el líder más buscado, el más odiado y también, pues claro que sí, el más amado.

La realidad es que los catalanes que quieren marcharse de la unión con los demás pueblos de la península excepto Portugal, adoran o idalatran a este político de tres al cuarto o insigne, según quien lo califique. El líder secesionista se ha propuesto seguir el camino de la tierra quemada, con un más que patente Catalunya o mía o de nadie. Ayer oía en la TV a una insigne deportista que dirige una rama deportiva a nivel de seleccionadora catalana, decía del señor Puigdemont que era un Gran Maestro al que seguiría a donde fuera que fuese. Y esta clase de gente son las que preparan las condiciones de la barbarie.

Hace uno o dos días se reunían académicos e investigadores catalanes para consensuar una declaración en la que se acusaba a España de país agrícola y, por ende, atrasado, en donde era imposible prosperar a nivel de investigación. Los sabios catalanes concluían con un o nos vamos o retrocederemos a la edad media, o algo así.

Pero de estas salidas de tono hay cien cada día, a los niños se les alecciona contra España, pero nuestro amado líder avisa de que a la escola catalana no se la vencerá jamás; se persigue a los que exhiben banderas o sentimientos unionistas y se mofan e insultan a cualquiera que no siga el pensamiento único, a la vez que se ataca a la prensa y tv foráneas de ser mentirosas. Cada día se ve más claro el uso de las técnicas de adoctrinamiento y propaganda que emanaron del Mein Kampf de Adolf Hitler, aunque desde las atalayas separatistas se acusa de nazis y franquistas a los unionistas y al gobierno de la nación. Y al igual que Hitler que sufrió su Gólgota en la cárcel, nuestro amado líder lo está sufriendo en Bruselas, en donde después de su encuentro con el Padre, las urnas del 21 de diciembre, espera resucitar y presentarse de cuerpo presente ante sus seguidores, quienes cual apóstoles se postrarán ante su carimática figura y la eminente llegada del reíno de los ríos de miel, donde los jubilados ya no recibirán el cheque de la humillación de parte de la hacienda española sino de los erarios públicos y bien dotados catalanes, ese reíno de la utopía donde los bancos se darán de tortas por estar en las Ramblas y cerca de todas y cada una de las masías de Catalonia donde els segaors dormitarán sus sueños al sol, esa república de los pobles de Costa de la Usura donde las fábricas no dejarán de vomitar bienes de consumo que los atrasados españolitos comprarán sin dudar e inundarán todas las tiendas y grandes superfícies desde el peñasco de Algeciras hasta la península de Kamchatka.

Lo peor de todo ésto es que al igual que en Alemania cuando la catástrofe hitleriana, los alemanes fueron abducidos por los cantos de sirena de un tarado que creía que el sabía más que nadie, los alemanes cretinizados de una forma brutal por las técnicas de embobamiento colectivo se buscaron su padecimiento y provocaron un dolor inconmesurable en el mundo entero. Y aunque la cretinez de este Carlas del carajo no va a dar para tanto, no va a llegar al extremo de la barrabasada nacional socialista de los alemanes, pero aún así y como buenos nacionalistas harán que los campos catalanes, las masías, ciudades, fábricas, hoteles, calles y sus comercios, sus universidades, catedrales, campos de fútbol y escenarios deportivos, sus alhóndigas o como se diga en catalán, sus puertos y aeropuertos, sus bibliotecas y cibercafés, se queden en el paíro, se miren entre ellos diciéndose qué nos pasó, cuándo nos creímos tan superiores a nuestros vecinos de Aragón, a nuestros empleados y trabajadores de Extremadura y de Andalucía, cuando pensamos que los vascos no supieron y que nosotros sí que sabemos, cuando decidimos que Barcelona era más grande y más importante que Madrid, cuando creímos que nuestro puerto era más importante y nuestras playas erán más hermosas que las de Valencia. Cuando nos enamoramos tanto de nuestro ombligo que creímos que nuestro Tibidabo erá más impresionante que los riscos de Cantabria, o que nuestra estaciones de esquí eran mucho más blancas que las de la Sierra Nevada de Granada. Ni siquiera nuestros cavas son mejores que los extremeños, valencianos, riojanos, aragoneses, navarros o castellano leoneses, que presión tenemos hasta en los calçots aunque les protejamos con la denominación de origen de otros cultivos similares en otras tierras de esta España que odiamos.

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