sábado, 16 de febrero de 2019

La gran estafa.



Y ahora me llaman descreído e incluso revoltoso, porque revolucionario es demasiado incluso para mí, según los estafadores los revolucionarios son ellos con sus promesas incumplidas, su paraíso de podredumbre, sus cumbres lejanas y su propia utopía. Para estos imitadores baratos del gran Gatsby, la mentira no es solo el camino, es la ley, la norma. Para estos constructores de utopías tan vacías como sus almas, la carestía y más allá de ésta, la mismísima pobreza es una oportunidad de oro para enrriquecerse. En esta sociedad construída a base de mentiras, el objetivo no es la felicidad de la ciudadanía en su conjunto como un ente morfo, sino la felicidad del ciudadano que ellos mismos representan. El pobre lo es porque se lo ha buscado, jamás es un producto de la codicia ajena, y nunca un resultado de la mala gestión del Estado. La muerte del pobre se siente pero en menor medida, al igual que no es previsible acudir al entierro del héroe que lo fue luchando por la libertad de la ciudadanía, pero se acude presto cuando la muerte acaece en la defensa del individuo exclusivo. Se lamentará y llorará la cornada asesina del berraco sanguinario, pero nadie se moverá para clamar justicia por la baleada criminal que segó la vida del defensor de la vida salvaje.

Europa al igual que la Constitución del 78 son dos clásicos de la estafa organizada. Al principio se avanza a un ritmo que nos llena de esperanza, para de pronto parar en seco. Alguien desde las alturas nos anuncia que deberemos retroceder para poder seguir avanzando, pero solo lo parará la ciudadanía en su conjunto, mientras que el ciudadano redobla su velocidad de crucero y se aleja en el horizonte. Las renuncias se hacen colectivas y el avance individual, es la sociedad de la doble velocidad, una en quinta marcha y la otra en marcha atrás.

Y mientras la enfermedad se ceba con el débil y los ancianos han de pagar el caro medicamento que enrriquece brutal y exageradamente a la industria farmaceútica. El gobierno de turno gasta miles de millones en gigantes alados para declarar las guerras en las que sus hijos no combatirán, mientras regatea para sufragar el coste de otros gigantes alados que atacarían el fuego que quema los montes y mata la vida, porque ellos y sus hijos viven bajo el amparo de las grandes medidas de seguridad con que protegen sus resorts exclusivos y excluyentes. De nuevo el perdedor es la ciudadanía y el ganador el ciudadano.

Las torres de los pobres arden como piras que saludan al solsticio de verano con sus moradores dentro, por la culpa de la codicia del constructor y la desidia de la administración, no eso jamás, las casas de los pobres en Londres o en Bilbao se queman porque el fuego nos iguala a todos... en la muerte con la tabla rasa. Y también se queman los montes año tras año, a la espera de la devastación total, a más de sufrir la subida del temómetro a consecuencia del cambio climático que nadie predijo y del que nadie alertó, se sigue en la impasse de mirar hacia el otro lado como bien saben hacer los Rajoys de turno. La Comisión de los orates de Bruselas nada saben, solo callan y esperan a que ocurra el milagro doblegados ante el magnate de los mangantes, el yanki loco para el que lo primero es América, su América. Y el mundo ya no espera...

Es la hora de la orgía final, vivamos como si fueramos estúpidos y ricos como el puto POTUS (Presidente Of The United States), cojamos a las rubias del coño y juguemos otra vez más a la ruleta rusa; y sobre todo corre como en la canción "Cacho a cacho" de los de Cornellá, corre más que el veneno que llevas dentro. No sintamos el escalofrío de la caída al vacío, porque tu agonía, la mía y la de todo lo que se mueve en el planeta será lenta, como la carrera del caracol que no va a ninguna parte, a la espera del pie o de la pata que aplaste su frágil morada que siempre lleva a cuestas.

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