martes, 12 de febrero de 2019

Escribiendo a mi manera.


Y sin la esperanza de que alguien me lea me planto ante la pantalla blanca cual folio sin tacha. Un día escribiré lo mejor de mí, las líneas más incisivas y menos gruesas, pero hoy catorce de junio de 2017 podría escribir sobre un hito en nuestro parlamentarismo. Un grupo de hombres y mujeres que representan al pueblo llano presentó y perdió una moción de censura contra el gobierno más corrupto de Europa. Pero cantamañanas de diversos pelajes trataron de quitarle hierro a base de sandeces, a base de la basura habitual de sus ricas señorías, que es que hay que ser muy mamón para darse tantas ínfulas no siendo más que vulgar canalla venida a más con los dineros de los que menos tienen.

La oligarquía política que no se merece mis respetos viene viviendo del cuento desde hace más de medio siglo, me refiero a la oligarquía seudo constitucionalista, si esa que se autodenomina así, y eso en un país que te dice a la cara aquello de "dime de que presumes y te diré de que careces". Estos robaperas que se sientan en escaños pagados a peso de costales del trabajo ajeno, y que en más de medio siglo no han conseguido plasmar en las leyes lo que exige la Constitución de la que tanto se vanaglorian, pero no tardaron ni un día en plasmar en la mismísima las exigencias de sus amos, de los mercados, haciendo prevalente a la deúda, legítima o no, sobre las necesidades más perentorias de la sociedad a la que debieran servir; estos robaperas, digo, no pueden dar lecciones de clase alguna y si tuvieran un poco de verguenza dejarían ipso facto su escaño, pero la suya era verde y como también se dice por aquí se la comió un burro.

Me dan naúseas ver su podridas caras de tantas mentiras que dicen y que aplauden, aunque en parte yo mismo debería de callar mi lengua biperina, ya que son solo un reflejo de la sociedad a la que también representan. Esa sociedad de maleantes maleducados, entre los que me incluyo para poder ofenderme a la par que ofendo, esa sociedad en la que la mayoría solo cumple las normas que le parecen adecuadas según su propio estilo de vida. La misma sociedad que compra artículos falsificados importándole un bledo que suponga un menoscabo a alguien que se lo curró, que no recicla porque no le importa el medio ambiente y tira las colillas de los cigarillos que matan en cualquier sitio por lo mismo, esa sociedad que aplude el sacrificio de la bestia en la plaza cuando son ellos mismos las peores bestias, o que sube sus orondas y asquerosas posaderas sobre el pobre animal en las romerías del oprobio y del lujo destetado y pornográfico, que en vez de al cielo les va a llevar de seguro al puto averno. También representan a esa sociedad capulla que adora a tipos que no valiendo para otra cosa se metieron a futbolistas, tenistas o cantantes de canciones tan vacías como sus propias mentes que nunca osaron llenar con el texto rico y saludable de una novela o de un ensayo crítico. Pero si es esa misma sociedad que comparte intereses futboleros con su presidente que les representa como un espejo representa tu figura, son tal para cual, la sociedad más obtusa que solo entiende de futbol, moda y conejos ajenos, representada por un presidente y su partido en donde brillan las mantillas de adoratrices a vírgenes y cristos irredentos, las mordidas de los  coleguitas del alma a los que calman con las sabrosas contratas de cosas inútiles sobrepreciadas, la estupidez congénita del que manda que no puede estructurar una frase conexa sin que le aparezcan insensateces por doquier. El perogrullo representa muy bien a esta sociedad que no va a ninguna parte, y que cuando comprenda que valía la pena haber gastado más en investigación que en misas, en doctores que en curas y monjas, en semillas que en balas, en libros que en cuadros de diputados y robaperas, en las cosas importantes y no en las vanaglorias de unos impresentables, entonces será demasiado tarde.

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