lunes, 18 de febrero de 2019

¿Por qué me odias?



Aunque la maldad, en apariencia congénita del hombre, da demasiadas muestras de su existencia, la bondad se le enfrenta a diario. Y aunque hay pocos o ningún video juego donde se puntúen las buenas acciones, la colaboración altruísta o la ayuda solidaria, pero si muchísimos en los que puntúa la forma de producir daño, el número de muertes o los objetivos destruídos, será el ser solidario el que tenga el futuro en sus manos y quien degustará las fresas del Eden, en tanto que al maligno solo le cabe esperar el peso de la justicia y el olvido a la sombra del más triste penal. Y ésto no lo digo por decir, y aunque parezca ajeno a la realidad solo el ejercicio del bien genera bienestar, solo el acto de amor (no la cópula) nos llena de satisfación y no basta con la promesa de la acción, se precisa su ejecución. No basta pues decir te quiero, yo te ayudaré, has de rodear al afligido con tu abrazo y demostrar con los hechos más que con las palabras que ahora no está solo.

Lo vemos a diario, es el perro abandonado, la mujer o el hombre afligido, el que ya no puede más, al que le roe el hambre y no puede abrigar a sus hijos. Es el olvido del tercer mundo (le pusimos nombre al sufrimiento ajeno), el caer incesante de las bombas, las de los ricos contra los pobres, las de los que dios ama contra los infieles, las de los rojos contra los azules y viceversa, siempre las bombas de los que odian contra los odiados, porque si los amaran les llevarían en volandas panes con miel y colchones de plumas de esos donde reposan sus gordos culos los reyes de los emiratos.

Y así será mientras las cosas se reduzcan a que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva; antes de que llegaran los salvajes occidentales a las tierras de América, parece ser que los pueblos indios clasificaban a sus congéneres en más de cinco biotipos sexuales sin darle mayor importancia a la apariencia de su órgano sexual. Nada va a cambiar en tanto sigamos creyendo que un dios omnipotente hubo de mandar a su amado hijo a la Tierra para que los inútiles haraganes que el mismo creó lo crucificaran después de someterlo a terribles castigos. Poco van a cambiar las cosas si seguimos destruyendo nuestra nave sideral, nuestra casa, nuestra tierra.

Pero si hay dos dedos de inteligencia en algunos de nosotros, dos dedos por encima de la media me refiero, puede que lleguen a deducir que se pueden llegar a cambiar las cosas. Yo estoy cuasi seguro de que algunos de vosotros ya estáis creando los algoritmos que van a tomar el control del planeta, aunque también pienso que aún deberán de esperar un poco, al menos hasta que la inteligencia artificial avance un paso más y sea capaz de tomar el control de los ejércitos. Por que el control de los dineros y de los mercados financieros ya se podría hacer, o al menos ponerlos al pairo abocándolos al caos. Pero para que un grupo de seres humanos decida dar un golpe de mano exitoso que acerque al ser humano a una nueva concepción de la vida en la que sea el amor y no el odio el motor de la misma, deberán de pasar unos decenios y aún presintiendo de que genios jóvenes y no tanto, ya están liderando los pasos y creando los algoritmos de la bestia informática para la toma del control de este mundo cada vez más sofisticado y cada vez más en manos de orates borrachos que nos dirigen directamente al abismo, pero, eso sí, pasando primero por el suplicio de las guerras, del hambre y del absurdo.

Podría escribir más sobre el pasado lleno de dolor y estupideces, podría imaginar más la revolución pendiente y divagar sobre un futuro lleno de buenaventuras y empoderamiento de los mejores sobre los inútiles que hasta el día de hoy nos han gobernado y nos gobiernan, tanto en España como en el mundo entero, pero esto es solo un escrito o un solo panfleto de lo que ocurrió y lo que puede ocurrir. Y quiero acabar recordando que hoy en Madrid miles de españoles arropando a Unidos Podemos le están diciendo a los ladrones de la derecha más rancia y corrupta del mundo que se vayan a sus casas, que nos dejen progresar.

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