viernes, 15 de febrero de 2019

Democracia. La felicidad.



La búsqueda de la felicidad como bien superior del hombre no aparece en nuestra Constitución de 1978, tampoco lo hace en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, ni siquiera aparece en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, pero sí que lo hace en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica del cuatro de julio de 1776 y lo hace de forma clara y rotunda incluyendo en su preámbulo lo siguiente: "Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.". Y mire usted que la Constitución de Cádiz de 1812, en su capítulo 3º (Del Gobierno), y en el art. 13.  afirma que: "El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen.".

Parece ser que tras la contundencia de la declaración independentista de los yankis, sólo los sublevados contra la opresión napoleónica heredera de las revueltas revolucionarias francesas, atisbaron a declarar como bien máximo la búsqueda de la felicidad, que tal y como se afirma en la Pepa: ésta, la Nación y su felicidad, no es otra que el bienestar de los individuos que conforman la sociedad.

Abreviando, la felicidad está tan ligada a la democracia como la vida misma, si uno no desea ser feliz es que está mal de la cabeza o es masoquista. La felicidad y su disfrute es el objetivo final de cualquier forma de vida, y quienes se oponen a la de otros se les tilda de tirano o criminal. Conseguirla no es fácil máxime cuando hay muchos de entre nosotros que disfrutan con el dolor ajeno. También hay que batallar a diario con quienes tratan por todos los medios de poner mil y un obstáculos a los avances sociales, laborales y personales de los demás, como si su beneficio representara una afrenta directa y ese goce que los otros experimentan fuera a suponer un fuerte agravio a su modo de vida. Estas últimas sensaciones la experimentan muchos de los ricos y millonarios que habitan nuestras sociedades y que se creen seres superiores por la posesión de riquezas, que a menudo han sido conseguidas con actos ilícitos, con abusos de poder, o con artimañas deshonrosas.

La felicidad no es solo una sensación de plenitud, de seguridad o de tranquilidad; la felicidad es el beso del amor que nadie te impide recibir por su procedencia, tendencia o frecuencia. La felicidad es la visión de las aguas de los mares, de los ríos y de los lagos que se aprecian claras y repletas de vida. Es la sensación de la libertad cuando traspasas las fronteras, cuando entras en los palacios del saber, cuando recabas la ayuda del agente de la ley y no temes que te prenda. La felicidad es saber que te espera un plato caliente que no ha significado el sacrificio brutal e inhumano de vida animal alguna. La tolerancia que da la felicidad nos hace más humanos y por eso debería ser la asignatura de la vida y el preámbulo de toda declaración. El beso del amante, la flor de la entrega, el diario del niño y la promesa de que estaré allí cuando quieras regresar. De mayor quiero ser feliz.

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