viernes, 18 de enero de 2019

Jueves 23 de marzo de 2017.



Hoy no me encuentro bien, me cuesta respirar plenamente, la bicha que alimenté con tabaco durante tantos años me está pasando la factura y no es barata. Si alguno leéis ésto y aún no habéis empezado a fumar no lo hagáis, enrriqueceréis a unos mal nacidos y destruiréis vuestros pulmones; si ya fumáis, dejadlo de inmediato o el tabaco os matará.

La tele habla del atentado suicida de Londres, de nuevo un majadero que se cree con derecho a poner fin a la vida de un semejante. Otra victoria para la intransigencia alimentada por obispos, imanes, rabinos y todo tipo de estudiosos investidos en sangrientas teologías, siniestros oscurantismos y ficciones sobre el más allá. Aunque tampoco hay que reclamar todas las locuras de la insensatez humana a las falsas creencias religiosas, fijaros en el espectáculo que a diario dan los hinchas de fútbol, incluso cuando ejercen de padres no tienen reparo en solucionar sus discusiones a puñetazo limpio o más bien sucio. Vergonzoso el espectáculo visto en todas las cadenas de los energúmenos que se líaron entre ellos a hostias por un quítame allí una falta. O la brutalidad del nene de los cojones que se cree con derechos sobre su novia y no contento con agredirla como si él fuera un ser superior, se lía a navajazos con los padres de la novia, menor a la sazón; y que sin ser el único caso de violencia de género, al igual que tampoco lo son los de los hinchas ni el del asesino islamista, son hechos con los que nos descalificamos como especie que a la vista de nuestro comportamiento nunca deberíamos de haber bajado de los árboles.

Ayer ví también en un reportaje de la tv como una trama de mecánicos y trabajadores de una ITV sellaban las revisiones de vehículos con grandes problemas mecánicos que los convertían en peligros rodantes por unos treinta euros bajo manga. Tres billetes de diez euros a repartir entre dos o más con lo que para cada uno de estos criminales la vida humana se ponía sobre los diez euros máximo.

Yo crecí aprendiendo que la vida humana no tiene precio, que había que respetarla y salvaguardarla por encima de cualquier otra consideración; y sin embargo día tras día, información tras información, dato tras dato nos enteramos que eso no es lo que aprendieron otros. Vivimos entre depredadores de nuestra propia especie, a veces en nuestra familia con criaturas asesinas que llevan nuestra propia sangre o que gozan del sexo (me niego a llamarlo amor porque no lo es) con nuestros hermanos/as, hijos/as o nietos/as, que se sientan en nuestra mesa y comen en nuestros platos. Pero no son los únicos y ni siquiera los más peligrosos, solo son los que más daño te hacen porque sus actos llevan el dolor hasta tu casa y hasta tu propia familia; los peores son aquellos que sus actos se amparan en su rol social, y que con toda la impunidad que sus cargos les otorgan deciden sobre las vidas de los demás; son los que otorgan o deniegan una ayuda, una pensión o una vacuna carísima; son los que dejan una población sin la atención médica necesaria, sin ambulancia o sin pediatra de guardia; quienes estiman que es más importante conceder subvenciones a los productores de energías contaminantes como el carbón o el petróleo o permitir que funcionen peligrosísimas industrias que de tener un incidente matarían toda la vida a decenas o cientos de kilómetros a su alrededor por decenios e incluso siglos, los mismos que gravan e impiden los avances en el desarrollo e implementación de energías limpias y renovables.

Pero no es solo la vida humana la que no tiene precio, y es que sin duda alguna la vida en cualquiera de sus formas es tan valiosa como la piedra más preciosa, llámese diamante o zafiro cuyas cualidades jamás podría apreciar un muerto porque se precisa de la vista para apreciar su belleza. Y sin embargo la más insignificante criatura de nuestro planeta sin igual es más compleja, bella e increíble que cualquier inerte belleza. Pero somos tan zafios e incultos que no atisbamos su inigual presencia, no comprendemos que hasta la más fea cucaracha es un ser divino y si Dios existiese seguro que sería otra  creación suya.

Deberíamos plantearnos seriamente dar un paso atrás y mirar fijamente el firmamento que aún podemos atisbar de entre las luces de nuestra ciudades y tratar de ver la forma en que volvemos al origen, a entender que lo que nos rodea debe de seguir rodeándonos, que no somos más que el de al lado o que lo de al lado. Que una roca no es solo una piedra, que junto a trillones como ella hacen una mole inmensa que nos lleva a una velocidad increíble a través de las estrellas. Que cada uno de nosotros es un ser irrepetible al que debemos un respeto como si de nuestras propias entrañas formara parte. Que cada ser que habita el planeta es un hijo de la madre Tierra y tiene tantos derechos como el que más, y si por un vete tú a saber qué hemos de devorar sus carnes, hagámoslo con el respeto que se merecen todas las criaturas; ellas no son un objeto son seres que sienten incluso los descerebrados mosquitos que de un manotazo aplastamos cuando tratan de sacarnos una gota de sangre para subsistir y procrear. Mátalo pero hazlo con respeto. Y nunca, nunca llames deporte, costumbre o arte al sacrificio de un ser vivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario